Las preocupaciones por el coronavirus reviven la organización de los trabajadores
Los empacadores de fruta de Washington buscan victorias de largo plazo con las huelgas de la pandemia.

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En una fría mañana de mayo en el valle de Yakima, Washington, Blanca Olivares dejó su puesto en la línea de selección de manzanas de la empacadora Allan Brothers antes que de costumbre. Poco después, otras cinco trabajadoras la alcanzaron en el patio. Esperaron juntas, sintiendo desesperación al ver que los demás no las seguían. Sin embargo, poco a poco otros se unieron. En una hora, se juntaron de 40 a 50 personas, dando inicio a la primera huelga de trabajadores, la cual crecería hasta incluir a cientos de empleados de las 7 plantas empacadoras en el valle. “No sabía nada sobre huelgas”, dijo Olivares a través de un traductor. “Solo sabía que, si juntábamos nuestras voces, quizá nos escucharían”.
Las acciones de los trabajadores — catalizadas por la falta de protecciones y la compensación inadecuada durante la pandemia de COVID-19 — se transformaron rápidamente en una protesta en contra de las condiciones de trabajo dentro de la industria en general, de acuerdo a Rodrigo Rentería Valencia, un profesor de antropología en la Universidad Central de Washington y miembro de la Comisión Estatal de Asuntos Hispánicos en el mismo estado, quien hizo una crónica de las huelgas y entrevistó a docenas de trabajadores. Las huelgas siguieron por semanas, mostrando con su lucha el creciente poder de los trabajadores agrícolas de la región y los retos que enfrentan para hacerse escuchar.
Más de 800 trabajadores de la industria agrícola dieron positivo en la prueba de coronavirus.
El primer caso de COVID-19 en Yakima se reportó el 8 de marzo. Los rumores se esparcieron, pero hubo poca información sobre el contagio en los lugares de trabajo. Los empleados en las empacadoras de fruta, predominantemente Latinos, se preocuparon de que el virus pudiera expandirse rápido en las instalaciones cerradas de las líneas de selección y etiquetado. Sus preocupaciones tenían fundamento: de acuerdo con el departamento de salud del condado, desde junio, más de 800 trabajadores de
la industria agrícola dieron positivo en la prueba de coronavirus; casi una quinta parte de los más de 4,000 casos en Yakima. Veintinueve de ellos trabajaban en Allan Bros.
La gente Latina y de color tiene mayor riesgo de estar expuesta al COVID-19 porque, de manera desproporcionada, tienen trabajos que son considerados esenciales. Además, es más probable que desarrollen complicaciones por la enfermedad debido a la falta de acceso a comida saludable y atención médica. La población Latina, que conforma solo el 13% de los residentes de Washington, representó el 43% de los casos confirmados de COVID-19 en el estado. El 30 de mayo, David Cruz, un trabajador veterano en la planta de Allan Bros., murió después de ser hospitalizado por el virus.
Olivares, cuya hija es enfermera, estaba consciente de la gravedad del COVID-19 y del riesgo amplificado en su ambiente de trabajo. Le parecía que su trabajo era como ser el joker de la baraja — lista para cumplir cualquier papel que se requiera. Conforme se movía a distintas áreas de la planta, los trabajadores le expresaron su preocupación sobre la enfermedad y las condiciones de trabajo.
Olivares mandó un correo a la gerencia, solicitando una reunión para hablar de estos problemas. Pero en lugar de hablar con ella directamente, el manager y personal de recursos humanos ignoraron a Olivares y hablaron con otros que estaban antes en la lista de espera, midiendo las aguas antes de atender las demandas. Los trabajadores se frustraron al ver que la gerencia dejó a su representante fuera del proceso.
La falta de comunicación y las jerarquías rígidas son comunes en el trabajo agrícola. “Lo más molesto para los trabajadores, quizá, es que la industria no les permite tener una voz en esta estructura piramidal”, dice Rentería Valencia, quien pedaleó unas cuantas millas hasta la huelga de Allan Bros. cuando apenas empezaba. En lugar de dirigir sus quejas directamente a los dueños, los trabajadores deben comunicarse a través de los managers, quienes pueden abusar de su poder para silenciarlos, dijo Rentería Valencia. Al mismo tiempo, los trabajadores sienten que las autoridades estatales se mostraron sordas a sus preocupaciones por el coronavirus.
Olivares empezó a contactar a empleados con los que rara vez interactuaba, incluyendo personal del turno nocturno y aquellos que trabajan en otras áreas de la planta. No tardó en darse cuenta de que cada grupo compartía las mismas frustraciones, dijo Olivares. El momento para la acción colectiva creció.

A pesar de no tener un sindicato o experiencia como trabajadores organizados, la coalición surgió de una larga historia de solidaridad agraria en el valle de Yakima. En los 1960s y 1970s, los trabajadores de la industria agrícola al este de Cascades, encontraron una causa común con “Movimiento”, un levantamiento nacional que incluía a figuras como César Chávez y Reyes Tijerina, el cuál empezó a formar sindicatos y grupos de apoyo comunitario entre trabajadores agrícolas de origen hispano. Desde entonces, la organización laboral en el área ha disminuido. Pero los vestigios de los primeros movimientos agrícolas permanecen, incluyendo a Radio KDNA, una estación local de noticias en español — de las pocas fuentes que tuvieron los trabajadores para obtener información básica sobre el COVID-19.
“La parte más difícil fue atreverse a hacerlo. Pero una vez que te atreves a saltar, tienes a otros para apoyarte”.
Después de dirigir el cese de actividades el 7 de mayo, Olivares dio un paso atrás para dejar que otras voces se escucharan. “La parte más difícil fue atreverse a hacerlo”, dijo Olivares, quien da crédito a su madre por enseñarle la importancia de hablar y a Dios por hacerla una mujer valiente. “Pero una vez que te atreves a saltar, tienes a otros para apoyarte”.
Una de esas voces pertenece a Agustín López, quien se unió a la huelga de Allan Bros. Con un poco más de experiencia sobre cómo funcionan las huelgas, Lopez se aseguró de que los trabajadores se mantuvieran juntos al abandonar sus puestos, hasta que se tomara la decisión final de declarar la huelga y formar un retén. “No soy el que inició el walkout”, dijo Lopez. “Mi trabajo era apoyar a mis compañeros”.
Una vez que los trabajadores de Allan Bros dieron el salto, otros a lo largo del valle se animaron a hacerlo. Eventualmente, los trabajadores de otras 6 plantas empacadoras en el valle de Yakima se fueron a huelga. Rosa León, trabajadora de Matson Fruit Company, dijo que la falta de distanciamiento social dentro de la planta y el hecho de que la gerencia vendiera —en lugar de entregar— los cubrebocas, la motivó a unirse. “El COVID-19 nos dio el poder de alzar la voz”, dijo León. “He estado por cuatro años aquí y nunca antes se habían organizado los trabajadores”.
“El COVID-19 nos dio el poder de alzar la voz”.
Conforme el movimiento agarraba vuelo, se unieron a la causa miembros de la comunidad, representantes sindicales y centros de defensa legal sin fines de lucro. Familias Unidas por La Justicia, un sindicato independiente de trabajadores agrícolas del valle de Skagit al este de Washington, dieron asesoría a los trabajadores. Servicios Legales Columbia y el Concejo Nacional de Relaciones Laborales, los ayudaron a levantar cargos por injusticia laboral contra Allan Bros. Fruit Company. El CEO de Allan Bros., Miles Kohl, cuestionó los cargos en entrevistas con los medios de noticias locales. Allan Bros. y Matson Fruit Company no respondieron a la solicitud de comentario por parte de High Country News.
Eilish Villa Malone, un abogado del Proyecto de Derechos Migrantes del Noroeste quien trabaja principalmente con trabajadores agrícolas migrantes, también se unió; apoyándolos antes y después de su propia jornada laboral, levantándose a las 4 a.m. para organizar el envío de comida, café y otros suministros para los huelguistas. “Al inicio solo estaba ahí con mis amigos, en solidaridad, y de pronto ya estaba completamente involucrada”, dijo Villa Malone. Conforme visitaba los sitios de huelga, también educaba a los trabajadores — en particular a aquellos sin documentos — sobre los derechos migrantes.
Después de 22 días, los huelguistas de la empacadora Allan Bros. empezaron a regresar al trabajo una vez que se encaminaron las negociaciones entre un nuevo comité de trabajadores y los dueños de la empresa.
Así como fue la primera en dejar su puesto para iniciar la huelga, Olivares también quería ser la primera en regresar al trabajo. La recibieron de manera respetuosa y la huelga concluyó el día siguiente.
En su regreso a labores, Olivares recibió guantes y una careta. Redujeron la velocidad en la banda transportadora para reducir el ritmo de trabajo y permitir más distancia entre empleados. Olivares aprecia los cambios, pero se preocupó de que la careta que le dieron pueda atorarse en la maquinaria y lastimarla. Llevó su preocupación al gerente, con quien no había estado de acuerdo en el pasado, y este regresó 30 minutos más tarde con una opción alternativa. La rapidez de la respuesta se sintió como una gran mejora, una señal de que será más fácil que los trabajadores sean escuchados en el futuro.
Los trabajadores de las siete empacadoras han regresado al trabajo después de ganar negociaciones por mejor pago, seguridad y la formación de comités de trabajadores que representen las necesidades de sus compañeros. El gobernador de Washington, Jay Inslee, también publicó nuevos estándares de seguridad en el área de trabajo para los trabajadores agrícolas, después de las protestas en el capitolio de Olympia y una demanda en contra del Departamento de Salud y el Departamento de Trabajo e Industrias.
“Todos necesitaban un pequeño empujón —los dueños, la gerencia, los compañeros, incluso aquellos que no se unieron a la huelga”, dijo Olivares. “Nos forzamos a nosotros mismos a cambiar; ahora todos están mejor por ese empuje”.
Carl Segerstrom es editor asistente en High Country News. Cubre Alaska, el Pacífico Noroeste y el norte de las Rockies desde Spokane, Washington. Escríbele a [email protected] o manda una carta al editor.
Este artículo fue traducido por Clara Migoya, una reportera bilingüe y científica ambiental. Estudia una maestría doble en Periodismo y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Arizona. Follow @claramigoya
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