Mano dura, al estilo americano
Sobre cómo vemos y tratamos a los migrantes centroamericanos.
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California es el primer estado en el occidente del país que a menudo ofrece soluciones a problemas sociales y ambientales. Actualmente, se encuentra al frente de un difícil desafío, ya que sus ideales progresistas — y su población cada vez más diversa — se ve generalmente opuesta a las políticas del Presidente Donald Trump. En esta nueva columna mensual, una Carta desde California, documentaremos cómo el estado se está adaptando a los cambios en estos tiempos.
Si vió el primer discurso del State of the Union del Presidente Donald Trump el día 30 de enero, probablemente escuchó que los inmigrantes de clase trabajadora de éste país son, por encima de todo, una grave amenaza para la seguridad de todos. El presidente implícitamente asoció a todo jóven latino con La Mara Salvatrucha (MS-13), una violenta pandilla creada por inmigrantes salvadoreños en Los Angeles en los años ochentas.
“Muchos de éstos pandilleros se aprovecharon de agujeros legales que les permitieron entrar al país como menores extranjeros no acompañados,” dijo Trump. “Hemos botado a miles y miles de personas horribles, asociadas con MS-13, fuera del país o las hemos metido en nuestras cárceles.”
Las declaraciones de Trump no tiene nada de nuevo: Desde antes de la elección de 2016, el ha argumentado que la supuesta “frontera abierta” entre Estados Unidos y México es responsable de la muerte de varios americanos inocentes. Es por éllo que debemos construir su muro en la frontera, nos dice, y debemos deportarlos a todos. Pero las amenazas de Trump, bañadas en racismo, sólo demuestran que los derechos civiles están siendo rápidamente destruidos. Sus palabras tan sólo sirven para llenar de miedo a la población, y para crear una falsa historia sobre la migración y lo que significa ser americano.
Es más, el poder de sus argumentos desvanece bajo escrutinio. De acuerdo a datos del mismo gobierno, el año pasado la Oficina de Inmigración y Aduanas (U.S. Immigration and Customs Enforcement, o ICE) arrestó alrededor de 800 sospechosos de estar afiliados con pandillas —no a miles. No se sabe cuántos de ellos realmente pertenecen a la MS-13. Lo que si sabemos es que la operación policíaca resultó en la detención ilegal de menores de edad: 26 adolescentes fueron acusados de “afiliación a pandillas” hasta que la American Civil Liberties Union demandó al gobierno por su libertad.

La barbarie de la MS-13 es innegable, así como lo es la larga historia de violencia en Honduras y El Salvador, de donde vienen muchos de los pandilleros. A lo largo de la última década, ambos países se han convertido en los más peligrosos del mundo fuera de zonas en guerra. El conflicto data alrededor de cien años, cuando tomó lugar la primera de una serie de invasiones militares e intervenciones políticas en la región, motivadas por intereses norteamericanos. El rol de los Estados Unidos en la guerra civil de El Salvador y en las políticas represivas de Honduras generaron la inseguridad política y económica que han dominado las últimas cuatro décadas, llevando a desenfrenados abusos de derechos humanos, y no sorpresivamente, a la emigración en masa hacia los Estados Unidos.
Hoy en día, alrededor de 2 millones de personas de orígen hondureño y salvadoreño viven y trabajan en los Estados Unidos. Cerca de 250.000 se encuentran aquí con Temporary Protected Status, visas de trabajo temporales para inmigrantes que vienen de países afectados por los desastres naturales o los conflictos armados. El próximo año, bajo nuevas órdenes de la Casa Blanca, muchos de éstos residentes legales podrían ser deportados. Por último están aquéllos quienes podrían perder su derecho a pedir asilo: los “menores no acompañados” —o las decenas de miles de niños y jóvenes centroamericanos que han cruzado la frontera de México-E.E.U.U. desde el 2010, escapándonse de la violencia pandillera y buscando una vida mejor y más segura.
Desde los ochentas, California ha representado un importante refugio para quienes se escapan de las guerras, la pobreza y las pandillas: Casi la mitad de todos los inmigrantes centroamericanos en el país viven en el área de Los Angeles. Pero hoy en día Trump está abusando del miedo que le tenemos a la MS-13 para enviar a miles de inmigrantes a países que convulsionan con una violencia creada, en gran parte, por nosotros mismos. El estilo único de inclusividad norteamericana le ha dado la bienvenida a “los cansados, a los pobres, y a las masas que anhelan respirar libertad” por varias generaciones, pero hemos visto cómo en menos de un sólo año, éste principio puede desaparecer. Es por ello que debemos cuestionar las campañas de Trump por un nuevo muro y por más deportaciones: ambas representan algo mucho más grande y más peligroso.
Como residente de Los Angeles y ciudadana naturalizada, me siento muy ofendida por las declaraciones del gobierno que me representa. Pero no tengo porqué ser una extranjera para que me duela; éste es, o debería ser, un dolor colectivo. Más de un tercio de mi ciudad está conformada por inmigrantes de todas partes del mundo, con o sin documentos legales. Imagínese el trauma que sufren nuestros vecinos y colegas que saben que podrían ser separados en cualquier momento de sus familiares. O piense en el Dreamer jóven quien ha podido trabajar en los Estados Unidos gracias al programa de DACA, pero quien ahora se ve injustamente asociado con la terrible pandilla. La retórica incendiaria refleja poco de la realidad de vida de éstas personas. En California, un estado próspero que le debe mucho al trabajo de sus inmigrantes, éste momento desvirtúa nuestros valores colectivos por una sociedad plural y generosa. Así que la próxima vez que escuche al presidente pronunciar falsedades sobre un pueblo entero, primero pregúntese: ¿Acaso ésto es lo que significa ser ‘americano’?
La High Country News editora colaboradora Ruxandra Guidi escribre desde Los Angeles, California. Sígan @homelandsprod