Los costos desiguales de un cierre parejo
Mientras cerremos el acceso a espacios al aire libre, deberemos hacernos responsables por su impacto desigual.
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Mientras la pandemia de COVID-19 avanza a lo largo del país, los residentes reciben un llamado a practicar medidas de salud pública en parques y espacios abiertos. Esto incluye practicar distanciamiento social y evitar las actividades al aire libre en pueblos que no pueden permitirse el riesgo de cuidar visitantes infectados.
El mensaje ha sido claro y directo: manténganse lejos de estos pueblos y terrenos federales; si son irresponsables, cerraremos los senderos y parques. Al mismo tiempo, se dan sugerencias y pautas sobre cómo podemos disfrutar al aire libre de manera segura: quédate cerca de casa, conecta con la naturaleza cerca tuyo, camina por el vecindario. Estas instrucciones son necesarias, pero se basan en la suposición de que todo el mundo tiene el privilegio de acceder a espacios abiertos y que serán igualmente afectados cuando éste se les quite.
Como fundador de Latino Outdoors, una organización dirigida por latinxs que conecta a la diversidad de comunidades latinxs con espacios al aire libre, y alguien que ha pasado años trabajando para hacer de estos sitios un espacio más equitativo, creo que es importante mantener referencias de equidad e inclusión en mente, especialmente en tiempos cuando estas disparidades se amplifican. Si no lo hacemos, nos arriesgamos a perpetuar inequidades existentes que tienen un costo real en la salud de las comunidades de color, así como otras que han carecido de acceso a estos espacios de manera histórica.
A lo largo del oeste, las personas de color han experimentado por mucho tiempo un acceso desigual a los espacios al aire libre. En un estudio de 2018 los investigadores David Scott y KangJae Jerry Lee señalan datos del Proyecto de Servicios a Visitantes del Servicio de Parques Nacionales que muestran que hispanos y asiático-americanos constituyeron menos del 5% de los visitantes de los parques nacionales estudiados, mientras que menos del 2% eran afroamericanos. El Reporte de Participación de la Asociación de Industrias del Aire Libre del 2018 ubica el porcentaje de participación étnica en actividades al aire libre en un 74%, 10%, 9% y 6% para blancos, hispanos, afro- y asiático-americanos, respectivamente.
Un estudio de la Universidad de British Columbia encontró que, aunque el ingreso económico y la educación son factores de peso, “los factores raciales y étnicos mostraron una asociación negativa más fuerte con la vegetación urbana en grandes ciudades.” Es decir, los residentes blancos tuvieron una mayor asociación positiva con las áreas verdes que los residentes latinos y afroamericanos.
Entonces, ¿cómo evitamos dañar a las comunidades de color al mandarles una vez más el mensaje de que se mantengan lejos de los espacios al aire libre? Primero, podemos evaluar y reconocer el impacto que nuestro mensaje podría tener sobre estas poblaciones.
Como Nina Roberts, profesora de la Universidad Estatal de San Francisco, y Carly Hart, comisionada de la Comisión Costera de California, escribieron en el artículo “Cerrar o No Cerrar?” que apareció en Bay Nature a finales de marzo, estos cierres agravan un problema existente. “Generalmente, al prevenir que la gente obtenga beneficios (de los parques) y más, incluso durante la pandemia, creamos problemas adicionales, no soluciones”, escribieron. “Es más, otras investigaciones también muestran cómo comunidades de bajos recursos sufren mayor estrés debido a la falta de acceso a parques en tiempos de necesidad”. Esto vuelve claro que, además de tener que lidiar con una pandemia global, estas comunidades se enfrentan de manera desproporcionada a problemas de salud mental y física que se amplifican cuando los parques cierran.
A medida que avanzamos, es importante tomar en cuenta la necesidad humana de conectar con los beneficios de la naturaleza y los espacios al aire libre —especialmente cuando se trata de las poblaciones afectadas con mayor severidad— mientras protegemos la salud de todos.
Los parques y agencias de gobierno, por ejemplo, pueden usar este tiempo para asegurar la salud de poblaciones afectadas desproporcionadamente, trabajando con líderes de organizaciones de base a través de grupos y coaliciones. La Coalición Parks Now (Parques Ahora) en California y la Next 100 Coalition en Colorado, por ejemplo, ya están invirtiendo en hacer que los espacios al aire libre se vuelvan más equitativos. Ambos grupos se formaron para incrementar el acceso a parques y espacios al aire libre por parte de comunidades subrepresentadas.
En el Oeste de Estados Unidos, tenemos buenos modelos a seguir cuando se trata de asegurar el acceso igualitario a espacios al aire libre durante el COVID-19: ciudades como Denver, Colorado, por ejemplo, están cerrando el tránsito de vehículos en ciertas calles para proveer más espacios recreativos para los residentes urbanos. Estos esfuerzos tienen un efecto similar a los parques “pop-up”, una reutilización temporal del espacio público para proveer los beneficios de un parque. Otras ciudades, incluyendo Oakland, California, siguieron recientemente este ejemplo; Oakland abrió más de 74 millas de calle a peatones, corredores y ciclistas.
La comunidad de recreación al aire libre y conservación podría hacer su parte modificando su mensaje alrededor de salir éticamente a estos espacios poniendo la mirada en temas de equidad. Algunos mensajes útiles podrían incluir:
- Reflexiona qué significa tener acceso restringido a espacios al aire libre ahora que lo estás viviendo, y considera que esta ha sido la norma para otros desde hace mucho.
- Dona, si puedes, a organizaciones comunitarias de base que apoyan el acceso a espacios al aire libre —así como ayudarías a un banco de alimentos.
- Levanta la voz como un aliado en contra del racismo cuando estés en espacios públicos, sobre todo debido al reciente aumento de crímenes de odio contra asiático-americanos.
Sin estas acciones y consideraciones, me temo que nuestra decisión de limitar y cerrar el acceso a parques y áreas al aire libre tendrá un costo desproporcionado sobre las comunidades que más los necesitan, aún mientras debatimos el problema en nuestros espacios privilegiados.
José G. González es un educador chicano con experiencia como maestro de K-12, asesor de educación ambiental, instructor de educación científica en espacios al aire libre y profesor universitario adjunto. Vive en Sacramento, California.
Este artículo fue traducido por Clara Migoya, una reportera bilingüe y científica ambiental. Estudia una maestría doble en Periodismo y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Arizona. Follow @claramigoya